POR: JOSE ANTONIO TORRES.
SANTO DOMINGO.- Aaah, entonces me van a matar. Viva Santo Domingo libre, coño!
Y
entonces tronaron los fusiles que acabaron con su vida. Un tiro de
gracia en la frente aseguraría que la información sobre su muerte en
combate pudiera ser dada de inmediato.
Media
hora antes había sido transmitida la decisión política de asesinar a
Román. La orden de los jefes militares fue transmitida al coronel Héctor
García Tejada quien ordenó al teniente Almonte Castro para que junto al
cabo Martínez, chofer del pelotón de reconocimiento del Sexto Batallón
de Cazadores, lo acompañaran.
Al
mediodía del 16 de febrero de 1973, se podía escuchar en la frecuencia
de radio usada por los militares: – A todas las águilas, a todas las
águilas, aquí el capitán Mejía. Tengo al caco mayor.... y entonces
corrigió, al coco mayor, al coco mayor y dos heridos. Francisco Alberto
Caamaño Deñó, el legendario coronel de Abril, había sido hecho preso.
“Dedujimos
que los heridos serían Eugenio y Armando; al primero porque lo habíamos
visto sangrante en medio del trillo y al otro compañero porque habíamos
sentido su fusil cuando silenciaba abruptamente. Si había un compañero
con vida ese era Román, a quien en el código establecido por los
militares parece que llamaban el “coco mayor” ¿Por qué?, no sabía ni
tenía tiempo para pensar en eso, pero me resultaba extraño aquello de
“el coco mayor”, explica Hermann en el libro citado.
El
comentario entre la tropa giraba alrededor de qué se haría con el
detenido. Unos quizás comprometidos con crímenes anteriores clamaban por
la muerte inmediata; otros callaban, eludían miradas directas y
asentían con la cabeza ante quienes, provocadoramente, pedían la cabeza
del jefe guerrillero.
A
la 1:15 de la tarde la noticia llegó al despacho del presidente Joaquín
Balaguer, y dos horas después llegaron en helicóptero desde Santo
Domingo el contralmirante Ramón Emilio Jiménez Reyes, secretario de las
Fuerzas Armadas, el general Enrique Pérez y Pérez, jefe de Estado Mayor
del Ejército, y el comodoro Francisco Amiama Castillo, sub-secretario de
las Fuerzas Armadas y asistente del ministro.
El
general Jiménez Reyes conversó con Román, a quien conocía desde los
tiempos de la academia naval donde ambos fueron cadetes del mismo curso.
Amarrado
y sentado sobre un piso de tierra, necesitado de atención médica, ya
que tenía heridas leves, Román se recostaba contra un seto de madera
cortada rústicamente. Sus custodios lo observaban con expresión de
asombro en sus rostros. Parecían no creer lo que veían sus propios ojos.
Cuenta
Hamlet Hermann que la relativa tranquilidad de los guerrilleros fue
interrumpida a las 4:00 de la tarde cuando sentimos una inmensa cantidad
de disparos; no como en combate, sino como en un día de Año Nuevo.
¡Mataron a Román!, habría dicho Hermann a sus compañeros de guerrilla.
Ninguno de los participantes en el asesinato ha tenido el valor de decir públicamente quién dio la orden de disparar..
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