Por; LILLIAM FONDEUR
La empleada cobera
Mientras viví en el barrio capitaleño de baja clase media de San Miguel no recuerdo que hubiera una fiesta de cumpleaños de alguno de los miembros de mi numerosa familia.
Aunque esto se debía en parte a la carencia del elemento aurífero, a eso había que añadir la hosquedad y la tendencia a la soledad de mi padre, quien señalaba que un año de vida era también un paso hacia la muerte. Por lo antes señalado no tengo el hábito de festejar las llegadas de mis aniversarios, lo que contrasta con la afición de mi combativa esposa a saltar de alegría cada vez que el almanaque añade un nuevo año a su septuagenaria existencia.
Es por eso que cuando llega el día veintitrés de julio me encierro en mi habitación y enciendo el aire acondicionado para escapar del jolgorio que arman los bulliciosos parientes, amigos, relacionados y correligionarios de mi archiemotiva superior conyugal.
Cuando Yvelisse ocupó la Secretaría de Educación sus cumpleaños eran organizados por una empleada, que ponía altas dosis de eficiencia y entusiasmo en esa tarea, por lo cual supongo se hizo acreedora de un merecido ascenso.
Al enterarse de la cumpleañofobia del subalterno marital de su jefa tuvo un acceso de mal reprimido disgusto que la llevó a detenerme cuando me disponía a entrar en mi aislado y refrigerado en una de aquellas celebraciones.
-Oiga una cosa, caballero, acostúmbrese a estas fiestas donde damos gracias al altísimo por la conservación de la preciosa vida de esa mujer extraordinaria y virtuosa que Dios puso en su camino; debo decirle que mientras yo esté viva seguiré fajada de manera desinteresada en dirigir los trabajos de estos festejos, por encima de la cabeza de todo el que se oponga, incluyéndolo a usted.
Me disponía a responderle cuando la dama, de anchos hombros y estrechos glúteos, me volvió las espaldas, dirigiéndose hacia el lugar donde el bullicio de los presentes ahogaba la voz de Alberto Cortés que surgía desde el tocadiscos. Confieso que llegué a simpatizar con la afectuosa y consagrada burócrata, y lamento que no se dejara caer por la casa desde que su jefa cesó en el ejercicio del cargo.
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