2 de marzo de 2008

Ginecología actualizada

POR LILLIAM FONDEUR La anciana previsora

En una visita que hice a un amigo amante de la música sinfónica conocí a la madre de su esposa, una octogenaria de rostro agradable, que sin embargo se quejaba amargamente de los problemas que genera la ancianidad.

- Hasta cuando la gente dice que uno se ha conservado bien, lo que está poniendo de manifiesto es que tiene menor carga de arrugas de las que debería llevar en la cara, en el pescuezo, y en los sectores adyacentes, incluyendo la pechuga, y hasta el ombligo.

Cualquier persona medianamente observadora hubiera reparado en el contraste que mostraba el rostro bonancible y risueño de la dama con lo pesimista de su discurso.

- Hasta los cincuenta años era una mujer a la cual no le pesaba el cuerpo, y subía cuatro y cinco pisos de cualquier edificación sin detenerme en ninguno de los escalones; pero ahora tengo que coger ascensor hasta para ir desde un piso hacia el próximo. Pero esto no es lo peor, sino las jodidas dolamas del cuerpo, que aparecen a todas horas, sobre todo cuando uno se tira de la cama después de una jornada de sueño nocturno; sueño que no es largo ni reconfortante, porque está demostrado que el sueño huye de los locos y de los viejos.

No me explico por qué a ningún candidato presidencial se le ha ocurrido la idea de ofrecer que va a decretar la desaparición de la vejez mediante decreto, porque tendría en mí, así como en el noventa y nueve por ciento de los matusalénicos, entusiastas, eficientes, y gratuitos promotores.

Pensé que con esa señora se caían las teorías de los geriatras que destacan el optimismo como la vía mas directa y segura para llegar a la longevidad con calidad de vida.

- Desde que uno pasa de los ochenta años, como es mi caso, los parientes mas cercanos, sobre todo los hijos, están locos porque uno se muera para no tener que enfrentar los achaques de los viejos, que van desde las artritis invalidantes hasta la pérdida de la memoria y la demencia senil. ¡Ay, me da terror pensar que algún día estaré tan mal que mis hijos, o una enfermera que está amargada porque el marido se le fue con una jovencita, tengan que recogerme la pupú y la pipí ¡.

El silencio de la calle de la zona residencial donde vivía mi amigo fue interrumpido por el paso lentísimo de una camioneta desde la cual, sosteniendo un altoparlante, un hombre de grave voz de bajo trataba de llamar la atención de potenciales clientes.

- Compro colchones viejos, baterías viejas, libros de escuela viejos, calderos, poncheras y bacinillas viejos; compro todo lo viejo!.

De repente, la ancianita lanzó un grito y se aferró con fuerza al cuello de su yerno, quien tuvo que apelar a toda su fuerza física para zafarse de aquella especie de llave de abandono de una pelea de lucha libre.

- ¡Ay, por Dios, por favor, no me vendan; voy a llamar a la policía para que se lleven a ese malvado, abusador, criminal!

Mi amigo y yo celebramos con carcajadas la ocurrencia, y comprendí que a la octogenaria habría que sacarla en horas de la mañana a tomar el sol.

A la edad de ciento dos años.

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