POR: RAFAEL MENDEZ
En toda sociedad democrática, el derecho a la libre expresión y la defensa de la soberanía nacional son pilares fundamentales.
La historia nos ha enseñado que los pueblos que se han levantado para proteger su identidad, sus recursos y su libertad han sido los verdaderos protagonistas del cambio.
Sin embargo, en muchos casos, esos mismos pueblos han sido reprimidos cuando han salido a las calles a exigir justicia y a defender lo que por derecho les pertenece.
Es preocupante ver cómo, en distintos países, las manifestaciones legítimas en favor de la patria son tratadas como actos de desorden o incluso de subversión.
La represión a quienes defienden los intereses nacionales no solo es un atropello a los derechos humanos, sino también una forma de silenciar el sentimiento patriótico de una nación.
No se puede permitir que el amor por la patria se convierta en un motivo de persecución.
Cuando un pueblo se une para alzar la voz en defensa de su nación, lo hace porque siente que sus gobernantes han fallado en la protección de sus derechos o han cedido ante intereses externos que amenazan su bienestar.
En lugar de escuchar y atender estas preocupaciones, muchas veces la respuesta es la represión violenta, el uso de la fuerza y la criminalización de la protesta.
Es esencial que los gobiernos comprendan que un pueblo que defiende su patria no es su enemigo, sino su mayor aliado.
En lugar de enfrentar a los ciudadanos con represión, deben abrir espacios de diálogo y soluciones justas que fortalezcan la soberanía y el bienestar de la población.
La defensa de la patria no es un delito. Es un deber y un derecho inalienable de cada ciudadano.
Y ningún gobierno que se proclame democrático puede actuar en contra de su propio pueblo cuando este levanta su voz por el bien de la nación.
La historia ha demostrado que la represión solo genera más descontento y que la verdadera paz solo se logra cuando los ciudadanos son escuchados y respetados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario