25 de septiembre de 2010

Amin Abel: Una luz que no se apaga




La Memoria Histórica



Por: Bolivar Beltre

No se apaga, no se puede apagar. Todo lo contrario. En la medida en que pasa el tiempo, marcador exacto de la vida, la figura gigantesca de este revolucionario expande a todo lo largo y ancho de esta, nuestra patria dominicana, su luz redentora portadora de amor por el prójimo, y sembradora de fe en la nación y el porvenir de los dominicanos y dominicanas que no han perdido la fe en una República Dominicana verdaderamente libre, democrática y participativa.

Hoy parece lejano el tiempo en que criminales al servicio del Estado dirigido por el Dr. Joaquín Balaguer, ensangrentaban el país mediante un régimen de terror, expresado en el asesinato, encarcelamiento, deportación y desaparición de todo buen dominicano que le llegase a la cabeza la más somera idea de querer una patria diferente, una patria de derechos y de bienestar general para todos los que vivieran en ella.
Pero los sicarios al servicio del balaguerismo no entendían que en la medida en que acentuaban su represión y súper poblaban los cementerios del país con hombres y mujeres de la patria, con ello, tal vez sin saber (ni tanta inteligencia tenían para ello) estaban creando verdaderos símbolos de recordación. Recordación no solo de los mártires y patriotas masacrados, sino también de sus asesinos, de aquellos que llenaron de terror las calles de nuestras ciudades.

Cada vez que alguien se acuerda de uno de ellos la muesca de asco surge en su rostro. Otros no han tenido mejores muertes que las que ellos mismos provocaron, con una diferencia: cuando se les recuerda es con nausea y desprecio, no así a las victimas de sus lúgubres acciones, a éstas, a los hombres y mujeres que por la conquista de sus derechos y del pueblo hoy no están físicamente con nosotros, se les recuerda con amor y cariño, con honra y respeto, a modo de ejemplo: Amin Abel Hasbún.

Como no recordarlo, siempre sonriente, con un profundo amor por su pueblo, cuanto quería a sus camaradas y compañeros, cuanta solidaridad, cuanto desprendimiento. Nada material le era importante, sino lo necesario para vivir: verdaderamente un revolucionario.
No soportaba el abuso, sentía en carne propia la miseria de las gentes, solo se le veía enojado cuando alguna noticia le informaba del abuso contra los obreros en huelga, no concebía, porque nuestro país con tantas tierra tuviera tanto campesinos sin ella. Siempre se preguntaba el porque nuestra playa no fueran nuestras, sino de extranjeros millonarios con cara de de turistas abobados. No dejaba de preguntarse porque tanto ladrones con sacos y corbatas enquistados en el gobierno.

El 24 de septiembre fue el día que escogieron un grupos de asesinos sin orbitas entre las piernas. Cobardes. Si, viles cobardes que no resistían las más mínimas ideas de cambio.

Llegaron con los ojos tintos en sangre, con las bocas abiertas echando babas como si fueran perros rabiosos. Tocaron irreverente la puerta. No bien se abrió cuando hizo su entrada una jauría de lobos sedientos de sangre: un niño de dos años, una mujer y un revolucionario, un conquistador de futuro fue lo que encontraron.
Amin ya lo sabia: probaría lo que todo ser humano sabe que viene, pero no quiere que llegue: la muerte. No se inmutó, sólo pidió respeto para su esposa y no le maltratarán al hijo.

No pidió clemencia, no, eso jamás. No flaqueó ni un momento. Salio con la frente en alto sonriéndole a la muerte y a sus verdugos, quienes, queriendo borrar esa sonrisa, descargaron sus fusiles sobre su cabeza.

Los sicarios y agente del balaguerismo se sintieron frustrado pues creyeron que encontrarían entre la masa encefálica las ideas de Amin: no las encontraron, lo mataron en vano.

Van ya 40 años y esas ideas aun viven. Por eso lo estamos recordando.
Fuente: EL GRANERO DEL SUR

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